Hoy escuchando una preciosa alabanza de La IBI & Sovereign Grace Music llamada “Ten piedad de mi“, y poniendo atención a la letra, me dio mucho gozo pensar en el evangelio y recordar todo lo que significa. Pensar en la razón por la cual vino Jesús a este mundo. Muchos creen que solo fue un buen hombre, o incluso algunos llegan a pensar fue un profeta, pero pocos se dan cuenta que realmente es Dios mismo hecho hombre, el salvador del mundo.

Cuando hablo con amigos o familiares que no son creyentes y comienzo a testificarles (predicarles el evangelio) me doy cuenta que la mayoría no sabe siquiera que está mal con Dios, que se encuentra en una posición de culpable y que merecen una condena. Es por eso que me animé a escribir este pequeño (Realmente pequeño) resumen del evangelio.

¿Cómo podemos reconciliarnos con Dios?

Para poder reconciliarnos con Dios hay que tener claro 3 cosas:

1. Realmente necesitamos reconciliarnos

Lo primero y fundamental es que debemos darnos cuenta y reconocer que estamos en deuda con Dios. Somos pecadores y eso nos aleja de Él, quien no tolera el pecado e incluso nos enseña que la paga del pecado es muerte (Romanos 6:23).

10 Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; 11 No hay quien entienda. No hay quien busque a Dios. 12 Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. 13 Sepulcro abierto es su garganta; Con su lengua engañan. Veneno de áspides hay debajo de sus labios; 14 Su boca está llena de maldición y de amargura. 15 Sus pies se apresuran para derramar sangre; 16 Quebranto y desventura hay en sus caminos; 17 Y no conocieron camino de paz. 18 No hay temor de Dios delante de sus ojos. Romanos 3:10-18

El apóstol Pablo, quien escribió la mayor parte de nuestro nuevo testamento, lleno de profunda y sana doctrina nos dice lo siguiente:

18 Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. 19 Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. 20 Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. 21 Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Romanos 7:18-21

2. No hay ninguna manera de agradar a Dios por nuestros propios medios

Luego de darnos cuenta que somos pecadores, que no hay nada bueno en nosotros y que no podemos hacer el bien, podemos concluir que no hay manera de agradar a Dios por nuestros medios. Es necesario que alguien nos ayude y ese alguien es Jesús.

Jesucristo vino al mundo para ser nuestro “sustituto”, y pagar la deuda que nosotros tenemos con Dios. Jesús no vino a juzgarnos y a condenarnos, porque de hecho ya estamos condenados:

Al que oye mis palabras, y no las guarda, yo no le juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. Juan 12:47

El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Juan 3:18

Solo debemos creer en la obra redentora de Cristo, en la cruz, con fe y por la gracia de Dios y seremos salvos (Efesios 2:8-9). Jesús nos justifica:

21 Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; 22 la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, 23 por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, 24 siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, 25 a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, 26 con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús. 27 ¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe. 28 Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley. Romanos 3:21-28

¿Te das cuenta? No es por nosotros, no es por algo que hagamos o dejemos de hacer, ni siquiera por cumplir la ley (ya que no podemos cumplirla), es por la obra que hizo Cristo. Él nos justifica a nosotros y no nosotros a nosotros mismos.

3. La condena DEBE pagarse

Un último punto a tener en consideración y que no es poco importante, sino que es el evangelio mismo: Alguien debe pagar el precio… Cristo lo pagó.

No es tan simple como que Dios dijera “Los perdono y ya no deben pagar nada”, ya que en ese caso Dios no sería un Dios justo, sino injusto. Dejaría impune la paga del pecado y hasta podríamos pensar de Él que es mentiroso, no cumple sus promesas o sus “leyes”. Pero por supuesto que no es así. Dios CUMPLE sus promesas y hace que se cumpla SU LEY, y la paga del pecado es muerte.

Es entonces que debemos apuntar a Cristo, y el apóstol Pablo lo resume muy bien en su primera carta a los Corintios:

3 Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; 4 y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; 1 Corintios 15:3-4

La esencia es que Cristo fue justo y no merecía morir, mas murió para pagar por los pecados nuestros, fue sepultado y finamente venció a la muerte, resucitando al tercer día. Se produce una “sustitución”, muere Cristo por nuestros pecados, y nosotros vivimos por la justicia de Cristo.

En 1 Pedro 2:34, en otro contexto, animando a los cristianos a que se abstengan del pecado y que sean buen testimonio, nos presenta la misma verdad:

24 quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados. 1 Pedro 2:34

Por lo tanto ¿Cómo podemos reconciliarnos con Dios?

Es tan sencillo como asumir dicha realidad: Somos pecadores y no merecemos nada bueno, merecemos condenación. Entonces nos arrepentimos, deseamos pedir perdón, pedir piedad de Dios y confiar en la obra que hizo Cristo en la cruz por nosotros.

8 Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. 9 Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. 10 Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros. 1 Juan 1:8-10

12 Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; 13 los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios. Juan 1:12-13

¿Entiendes ahora el evangelio? ¿Entiendes que es Cristo el que paga nuestro pecado y no nosotros mismos? ¿Crees que es cierto eso? ¿Crees que Jesús pudo pagar (y pagó) por tu pecado y el de todos los que creen en él, y que ahora podemos ser llamados hijos de Dios?

Ora a Dios, háblale como una persona arrepentida, agradecida por su gracia y misericordia.  No es una oración mágica, la oración en si misma no cambiará la cosas, solo se hará patente algo que acaba de pasar en tu corazón: Entendiste el evangelio y sabes que todo depende de Dios y que si no fuera por Cristo seguiríamos en delitos y pecados contra Dios, te arrepientes y te entregas a Él. ¡Pues dale gracias por ello!

Ahora, volviendo a mi motivación inicial, te dejo esta preciosa alabanza… presta atención a la letra, lee nuevamente los pasajes bíblicos citados… ¡Ora y alaba a Dios!

VERSO 1
Soy culpable de mi transgresión
He pecado contra Ti, Señor
Y Tú eres siempre justo al hablar
La muerte es mi sentencia, es la verdad

PRE-CORO 1
¿Si contarás nuestra iniquidad
Quién permanecerá?
Mi esperanza está en Ti, Señor
En Ti sé que hay perdón

CORO
Ten piedad de mí, un pecador
Hoy confieso mi necesidad
De gracia y de perdón
Ten piedad de mí, un pecador
En Ti hay gran misericordia y abundante redención
Ten piedad de mí, oh Señor

VERSO 2
Mis pecados Cristo los llevó
Por Su rectitud yo vengo hoy
Me acerco sin vergüenza, ni temor
Pues ya no hay para mí condenación

PRE-CORO 2
Y tu Espíritu me habla a mí
Tu hijo siempre soy
Me recibes como a Jesús
Mi Padre, aquí estoy

ESTRIBILLO
//Aleluya, por su sangre//

 

Artículo escrito originalmente para Plan de Salvación