No es ninguna novedad el hecho de que los cristianos, como todas las personas, tenemos problemas emocionales.
Antes de llegar al evangelio, la mayoría hemos tenido un pasado lleno de situaciones complejas, y muchas de ellas a veces nos marcan para toda la vida.
Solo por mencionar algunos ejemplos:
- Sufrir bullying en la niñez
- Abusos sexuales
- Muerte prematura de padres
- Padres violentos o padres ausentes
- Abandono
- Enfermedad crónica por años
- Invalidez
- Un divorcio
Todo lo anterior, de una u otra manera, va definiendo nuestra manera de ser, nuestro carácter y personalidad. Marca la forma en que enfrentamos los problemas y cómo nos desenvolvemos en la sociedad.
En otras palabras, quiéralo o no, nos afecta en el presente.
¿Quién se hace cargo de esto?
Mi crítica responsable aquí es que este tema ha quedado en un limbo. Muy pocas veces es abordado por la iglesia, ya que ésta considera que el hecho de ser salvo, que Cristo vino a nuestra vida, ya es suficiente para cubrir todo nuestro pasado: Pecados y problemas emocionales.
Pero además, la iglesia tampoco permite resolverlo de otra manera. Usualmente considera que un cristiano nunca debe ir a un psicólogo puesto que, como base, la mayoría de psicólogos tienen una cosmovisión atea. Si bien es cierto, hay que ser cuidadoso con no desviarnos de nuestra fe, la realidad es que entonces quedamos sin salida. Los problemas emocionales de infancia, o de nuestro pasado reciente, quedan sin ser abordados.
Una aclaración. Sabemos, y creemos en fe, que la sangre de Cristo nos redime en todo sentido, y que efectivamente nos da una nueva vida. Eso no está en cuestionamiento, pero no debemos ignorar las consecuencias de nuestro pasado, lo cual seguirá siendo una lucha diaria, como también lo es nuestro pecado.
Ningún cristiano puede esperar que nuestros pecados pasados desaparezcan de la noche a la mañana, aún cuando estamos todos de acuerdo en que ya fueron perdonados por la muerte y resurrección de Jesús en la cruz, y que ya no somos esclavos de ellos. Pero seguiremos luchando quizás toda la vida con ellos.
El Apóstol Pablo, nuestro mayor referente de entrega y pasión por el evangelio, para quien el vivir es Cristo y el morir es ganancia (Filipenses 1:21), tuvo una lucha diaria con su pecado. Hacía lo malo que no quería hacer, y no hacía lo bueno que sí quería hacer (Romanos 7:19-25).
Entonces, ¿por qué creemos que en lo emocional será distinto? ¿Por qué creemos que de la noche a la mañana nuestro pasado dejará de afectarnos?
Lo cierto es que no lo hace, no deja de afectarnos, incluso si ni siquiera somos conscientes de que nos afecta. Me pasó a mí recientemente, quizás lo comparta más adelante 🙂
¿Cuál sería la respuesta adecuada?
En mi opinión, la iglesia debe involucrarse activamente en el proceso de sanidad emocional de los cristianos. Está bien si quiere evitar «el riesgo» de que psicólogos quizás entren en el área espiritual (aún cuando hay psicólogos cristianos y por lo tanto con cosmovisión del Reino), pero no está bien dejar esa área en un vacío.
Involucrarse activamente en el proceso de sanidad emocional implica escuchar los problemas de cada uno, buscar respuestas concretas y no simplistas en las Escrituras. También requiere buscar e oración que el Espíritu Santo obre, tanto en el cristiano afectado, como en el cristiano que está aconsejando.
A aveces Dios, cuando verdaderamente le buscamos, revela cosas de nuestro pasado que no recordamos, y nos hace sentido. Podemos entendernos (nuestras reacciones, temores, incluso algunos pecados), y podemos orar específicamente para que Dios obre en ésas áreas, con la sangre de Cristo. Podemos buscar de corazón la restauración de cada área de nuestra vida.
Pero lo mejor de todo, podemos y debemos pasar por ese proceso, con la cobertura de la iglesia. Sin juicio y condenación, sino en gracia y amor. Con principios bíblicos y siempre guiados por el Espíritu Santo.
Por último, quiero mencionar lo siguiente: No debemos olvidar jamás que no somos santos de inmediato, al momento de nuestra salvación, sino que es un proceso constante de santificación:
Así que, todos nosotros, a quienes nos ha sido quitado el velo, podemos ver y reflejar la gloria del Señor. El Señor, quien es el Espíritu, nos hace más y más parecidos a él a medida que somos transformados a su gloriosa imagen.
2 Corintios 3:17-18 (NTV)
Es Jesús quien está edificando a su iglesia, y a cada miembro, día a día. Hasta que seamos hechos a imagen de Cristo, el día del Señor.
¿Te hace sentido? ¿Qué opinas? Déjame tus comentarios o preguntas abajo. Si crees que a alguien más le puede ser de ayuda, compártelo 🙂
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